Todos tenemos asignado un Ángel desde el primer momento de nuestra existencia en el vientre materno. El segundo regalo tras la vida, unida a una familia, que recibimos del Padre. Regalo, en forma de Guarda continua para ayudarnos, cuidarnos, protegernos, instruirnos, amarnos sin medida.
Probablemente si pensamos o preguntamos a personas cercanas, la mayoría de nosotros y de una forma más o menos consciente, hemos sido protagonistas de circunstancia difícilmente explicables por razón alguna, y que nos han hecho asomarnos y cuestionarnos, por el otro lado del velo.
Pese a su gran Luz, no le veía.
Pese a su eterna Presencia, no le sentía.
Y pese a su tierna Palabra, tampoco, le escuchaba.
Un día por fin,...la Gracia, y lo vi, sentí y escuché como nunca antes. Me hallé como el ser más desagradecido del mundo. No podía entender que yo pagara con tanta indiferencia, tan infinito amor de mi Ángel de la Guarda.
Y cambié. No podía ser de otra forma, por Dios !!
A partir de entonces, le rezaba todos los días, le agradecía tanta dedicación y así, nuestra divina amistad iba dando lugar muchas veces a una hermosa comunicación y complicidad. Padre Pío, me ayudó de sobremanera en este asunto.
Un año en el Camino de Santiago, tuvimos mi mujer y yo la idea de dedicar cada etapa a una persona especial para nosotros. Antes de salir a caminar le enviábamos un pequeño texto explicándole y agradeciendo su importancia en nuestras vidas. Durante el trayecto, también mandábamos algunas fotos y al finalizar, en meta, nuestro fiel deseo de seguir avanzando junto a ellos.
Blanco y en botella. Pues no hallé mejor forma que dedicarle en el País Vasco, la etapa más preciosa y dura por tanta dedicación, a mi Ángel.
El mensaje inicial fue mi oración diaria a su Ser angelical. Las fotografías se las cambié por cantos de Aves Marías de Schubert de Gigli, un tenor italiano que tanto gustaba al Santo de Pietrelcina y que sonaban a Paraíso en plena naturaleza del Norte de España.
Recuerdo aquel día que tras varios kilómetros recorridos ya, nos tocó subir una durísima cuesta, apodada del Calvario, hasta avistar un monasterio Cistercense. Entramos en el templo y rosario en mano, oré nuevamente. Al despedirme, caí en la cuenta de que había velas que se podrían comprar y ofrecer. Pensé en nuestras familias y en Él.
Me dirigí a una instancia adyacente a la Iglesia donde leía podían comprarse. Estaba vacía la tienda, salvo el tendero, un hombre ya mayor vestido de paisano, de barba cana, tez blanca y ojos azules. Solicité varias velas y mientras preparaba el dinero para el pago, sentía su mirada sobre mí.
- ¡ Enhorabuena ! me dijo enérgico el señor mientras me entregaba lo comprado.
Contesté con una mueca de sonrisa hecha agradecimiento pues sonaba mi móvil. Era mi madre.
Hablamos el tiempo de darnos los buenos días y darle parte de la jornada hasta el momento. Bolsa y teléfono en manos me despedí del amable hombre, a lo que volvió a responderme con otro alegre:
-¡ Enhorabuena !
Salí de la tienda en dirección a la Iglesia. Corté la comunicación con mi madre para en compañía de mi mujer encender las velas por todas muestras intenciones. Ella abandonó el lugar mientras yo me quedé un poco más en aquel silencio tan acogedor.
Al terminar y salir, escuché la voz de Leni que me llamaba a entrar nuevamente en la tienda. Me había comprado un crucifijo de buen tamaño y cordel de cuero.
- Un regalo, para el resto de tu Camino me dijo mientras agradecido y emocionado me probaba el crucificado.
- Oh gracias, me gusta mucho pese a que mi cabeza pasaba muy justa sobre el diámetro de la cadena.
Pagó con dinero, y nuevamente tuve la sensación de una mirada emotiva, sobre mí.
= ¡ Enhorabuena ! volvió a espetar el buen hombre de ojos azules transparentes.
-Gracias, balbuceé también. Tenía cierta curiosidad por tanta felicitación a la vez que una serenidad, una paz tan especial que me resistí a hacer cualquier pregunta sobre el motivo de tanta insistencia.
Nos despedimos nuevamente del tendero, y cruzando el pequeño recinto nos encaminamos cuesta arriba en busca del siguiente destino. Habríamos "escalado" unos quinientos metros cuando escuchamos unas voces lejanas. Nos giramos, y vimos nuevamente al buen hombre, que fuera totalmente del lugar sagrado movía las dos mano en señal de despedida.
- ¡Enhorabuena ! ¡ Enhorabuena a los dos ! Dios les bendice.
Nos miramos mi mujer y yo, y le comenté todo lo ocurrido y que ella no presenció. No entendía nada como era normal. Entonces convertí un susurro interior en palabras:
- Él quizás haya sentido, visto y oído a nuestro lado algo que yo he necesitado más de cuarenta años para hacerlo. ¡ Dios le bendiga por siempre !
Este blog, quisiera dedicarlo a todos nuestros Ángeles de la Guarda, y muy especialmente también a aquellos vestidos de verde que en un hospital o fuera, han luchado por nosotros, cara a cara, contra el virus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario