A mis Compadres, y a su hermosa Familia.
Os queremos mucho.
He trabajado durante muchos años en el aeropuerto de Sevilla y son tantas las circunstancias que allí concurren y ocurren; tantas las personas que pasan por aquella ciudad flotante, tan variopintas, que cuando nos reuníamos los compañeros para hablar, siempre terminábamos con la misma frase: "Tendríamos que escribir un libro".
Yo ahora no lo pretendo, ni mucho menos, pero si recuperar una de esas anécdotas que para mí, supuso un claro antes y un después, en mi percepción espiritual.
Nos había llamado (a mi mujer y a mi) mi querida Comadre para que atendiéramos a su tía y compañeras que regresaban a "casa", tras un pequeño tiempo en Sevilla. Sabíamos que era Hermanita de la Cruz, y con mucho cariño quedamos en que la íbamos a esperar.
Al día siguiente, y para el vuelo a Madrid de mediodía, se presentaron estas Ángeles vestidas de silencio, cargadas de numeroso y pesado equipaje. Para ellas, sólo un pequeño bulto de mano. El resto eran ilusiones para repartir a su otra "familia"de algún poblado perdido en la selva, con enfermedades también terribles, como el hambre... y la lepra
Me emocionaba mucho siempre el verlas, pero ahora, tan cargadas de peso, en un viaje tan largo de doce horas como es Buenos Aires, la verdad, me preocupó bastante. Preocupación que se hizo más latente, al solicitarles los pasaportes y comprobar que la mayoría de ellas, rondaban los ochenta años.
- "Hermanas, ¿ es un viaje demasiado largo, demasiadas horas hacia Argentina, no? ¿Tendrán a alguien que les ayude en Ezeiza a la llegada" (aeropuerto de Buenos Aires)?
- Alguien siempre nos espera y ayuda. No os preocupéis. El vuelo no nos inquieta, estamos casi acostumbradas. El viaje es aún un poco más largo porque después necesitamos coger un bus de otras catorce horas hasta llegar a casa.
Magdalena, mi esposa y compañera de trabajo, no pudo más y saltándose inconscientemente las normas de la bendita Orden, la abrazó, a la vez que le plantaba un sonoro beso, de profunda devoción y admiración, a la tía misionera.
Entonces reparé para siempre en sus semblantes.
Entendí.
Todo era amor, paz, ternura, alegría.
No había más.
¿Se puede dar, pedir más con menos?
Sólo con Dios basta.
Hoy, cuando el pasado tanto duele y el futuro tanto incomoda e inquieta, he regresado varias veces a sus rostros de pura felicidad y esperanza para preguntarme:
¿Cuánto necesito más?
¿Y tú?
Gracias Santa Teresita del Niño Jesús, Patrona de las misiones. Gracias Santa Ángela de la Cruz por poner en mi camino el espejo del cielo en forma de éstas y otras muchas, mis heroínas del Amor verdadero.
Muchísimas gracias compadre.
ResponderEliminarSe os quiere infinito.
Preciosas letras😘😘😘😘
Compadre, todas esas palabras que dices sobre las Hermanas de la Cruz, metidas en la selva de Argentina en un convento lleno de personas con la lepra son totalmente ciertas, ellas son personas de otro mundo, y cuando dan con personas tan buenas y nobles cómo magdalena y tú todo lo que pidan os parece poco, nosotros tenemos la gran fortuna de teneros como amigos, y tener también una Hermana de la Cruz como tía.
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